El Grupo de Estudio de la Realidad Contemporánea de Ñuble de la Universidad del Bío-Bío, junto al Instituto Santa María de Chillán, convocaron el seminario “La Diócesis de Chillán y el Concilio Vaticano II. El testimonio de los protagonistas”, que tuvo como principales expositores a monseñor Juan Luis Ysern de Arce, Obispo emérito de la Diócesis de Ancud; el ex vicario general de la Diócesis de Chillán, sacerdote Raúl Manríquez Ibáñez; y al Dr. en Psicología y profesor emérito de la Universidad del Bío-Bío, José Luis Ysern de Arce.
El Grupo de Estudio de la Realidad Contemporánea de Ñuble de la Universidad del Bío-Bío es integrado por los académicos del Departamento de Ciencias Sociales, Dr. Mauricio Rojas Gómez; Dr. Jaime Rebolledo Villagra, Dr. Luis Rojas Donat, y Dr. Cristián Leal Pino.
El Grupo de Estudio, según explicó el coordinador del seminario, Dr. Cristián Leal Pino, pretende contribuir al conocimiento científico desde diferentes líneas de investigación: geográfica, histórico-cultural y educacional. Se trata de una propuesta globalizadora que integra diversas áreas, a fin de comprender la realidad contemporánea de la provincia de Ñuble.
El seminario, realizado en el Salón María Ward del Instituto Santa María de Chillán, fue presidido por la directora del establecimiento educacional, profesora Angélica Caro Rodríguez, y contó con la amplia participación de la comunidad del colegio, considerando padres, profesores, estudiantes, integrantes de comunidades de base de parroquias locales, y académicos y funcionarios de la propia Universidad.
La encargada de Pastoral del Instituto Santa María, Claudia Jarpa Jiménez, dio la bienvenida en nombre del colegio y destacó la centralidad del Concilio y su influjo en la Iglesia.
“El gran acontecimiento de nuestra era moderna en el ámbito de la Iglesia fue el Concilio Vaticano II convocado por el Papa Juan XXIII, seguido y clausurado por el Papa Pablo VI. El Concilio se convocó bajo los principios de promover el desarrollo de la fe católica; lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles; adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo. Proporcionó una apertura dialogante con el mundo moderno, incluso con un nuevo lenguaje conciliatorio frente a las problemáticas actuales y antiguas”, contextualizó Claudia Jarpa.
A su vez, el Dr. Cristián Leal Pino, destacó la disposición de los expositores para compartir sus experiencias y valoraciones como protagonistas directos de la época en que se desarrolló el Concilio, y luego en el desafío que implicaba aplicar lo acordado en dicho cónclave.
“Lo que buscamos es básicamente poder reflexionar sobre este acontecimiento que es el más importante del siglo XX en la Iglesia. Hay un concepto que nos ha llamado la atención y es el de cómo ha sido recepcionado el Concilio Vaticano II a nivel de los obispos, del presbiterio y de los laicos (…) Uno de los desafíos tiene que ver con escuchar más que con enseñar algo y creo que eso es muy importante en la sociedad en la que estamos viviendo hoy en día”, expresó el académico.
El Dr. Leal Pino comentó que si bien, para algunos sectores el Concilio fue una ruptura, para otros significó una reforma; e incluso hoy, algunos actores estiman necesario un nuevo concilio, en tanto que otros precisan que se debe cumplir lo establecido en el Concilio Vaticano II y que no es necesario realizar otro.
“Pero ¿qué pasó en Chillán desde los tiempos del obispo Eladio Vicuña en adelante? Creo que falta conocer cómo vivieron y sintieron los protagonistas el Concilio Vaticano II acá en Ñuble. Es el momento de escucharlos, con la experiencia que ellos tienen”, aseguró el Dr. Leal Pino.
El clamor de la humanidad y los designios de Dios
Monseñor Juan Luis Ysern de Arce, Obispo emérito de la Diócesis de Ancud, ejercía su magisterio en Ñuble en la época en que se desarrolló el Concilio, y aseguró que aquel hito demandó un profundo cuestionamiento por parte de todos los miembros de la Iglesia, fueran estos integrantes de la jerarquía, presbíteros o laicos.
“Nosotros antes del Concilio poníamos mucha atención a la salvación de las almas, pero el Concilio Vaticano II nos dice que la persona es cuerpo y alma (…) El Concilio hace un planteamiento que continuamente para mí es un estímulo muy fuerte, cuando plantea que debíamos escuchar el clamor de la humanidad y los designios de Dios, pero ¿qué es el clamor de la humanidad y los designios de Dios? ¡Qué importante es comprender que ese clamor nace de cada persona y que debemos entender a cada persona! ¡Qué importante es saber distinguir cuál es el clamor auténtico de la humanidad en cada persona, y cómo eso no se puede confundir con otros clamores que no tienen nada de auténtico y que no son clamores de la humanidad!”, advirtió.
Asimismo, el obispo emérito destacó que la idea de Iglesia concebida como pueblo de Dios, que camina en medio de la realidad del mundo, fue una poderosa imagen que inspiró muchas de sus reflexiones.
“En la Iglesia somos concaminantes, somos sínodo permanente. Ahora, si somos todos concaminantes, pueblo de Dios en marcha, entonces nuestra forma de relacionarnos debe ser muy distinta, porque antes concebíamos la Iglesia como una pirámide, donde quien está arriba manda. El Concilio no lo plantea así, porque todos somos pueblo de Dios con la misma dignidad de bautizados, y es ahí donde recibimos el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo que está en mí no es más que el Espíritu Santo que está en cada uno de ustedes. Cada uno tenemos una misión especial según el lugar”, ilustró.
El obispo Juan de Dios Ysern recordó que a través de la publicación “Nuestro Camino”, se realizó un amplio trabajo de consultas y encuestas a las comunidades de las parroquias de Ñuble, en consonancia con lo que demandaba el Concilio. Se buscaba recoger desde las mismas bases los pareceres de la feligresía. “A través de “Nuestro Camino” hacíamos preguntas a las parroquias para que las respondieran y llegaban muchas respuestas, y con ello hacíamos documentos de trabajo. Era una forma de expresar que debíamos descubrir entre todos lo que la Iglesia debía hacer”, aseguró Ysern de Arce.
Asimismo, destacó el trabajo emprendido por el Equipo Diocesano de Pastoral que conformaban junto a él, los sacerdotes Osvaldo Salgado y José Antonio Ortega, quienes bregaban por otorgar estructura a los acuerdos que tomaban las comunidades parroquiales, de manera que lo teorizado no se quedara en las ideas y se emprendieran acciones y trabajos concretos. Se trataba en síntesis de aportar herramientas concretas de planificación del trabajo para empoderar a las comunidades parroquiales.
El obispo emérito Juan Luis Ysern comentó que a la luz del Concilio Vaticano II cobran plena actualidad cuestionarse sobre los dolores y urgencias de la sociedad actual. “Nuestro egoísmo es la urgencia de hoy. Cuántas veces el ambiente dominante es masificador, y el egoísmo se hace cómplice, y nos lleva al individualismo en que cada uno ve su interés, y a como dé lugar. Eso es construir la propia destrucción de la comunidad, es la Torre de Babel donde nadie se entiende. Mientras que si somos cuerpo de Dios, somos Pentecostés, y cada uno habla los idiomas de los demás. El egoísmo se hace cómplice y el sistema hace masa, pero masa de soledades, y no estamos hechos para la soledad. El ser humano es ser relacional; ser humano a imagen de Dios, que es libre para amar”, expresó.
Una Iglesia en medio del mundo que comparte esperanzas y tristezas
El ex vicario general de la Diócesis de Chillán, Raúl Manríquez Ibáñez, recordó que hasta antes del Concilio se tenía un concepto de Iglesia como una “sociedad perfecta” paralela al mundo, distinta a las sociedades humanas, y muchas veces se concebía como una sociedad por sobre el mundo, debido a que la Iglesia fue considerada por siglos como una autoridad irrefutable y todo el mundo, incluido el poder político, obedecía lo que ésta determinaba.
“Pero hacia mediados del siglo XX eso ya no era aceptado con facilidad, y la Iglesia se sentía bastante abandonada por las muchedumbres. El mundo estaba viviendo en situaciones muy precarias. Hay que tomar en cuenta que la Segunda Guerra Mundial terminó el año 1945, y el Concilio fue convocado el año 1959, y en poco más de 10 años el mundo no se podía reponer y se había dividido enormemente; habían surgido bloques con un Partido Comunista establecido en muchas naciones, con un ateísmo militante. La Iglesia se sentía cada vez más sola y con menos autoridad en relación con la que había tenido. Había un desencanto muy grande en la humanidad; todo ese vacío existencial que se crea luego de la guerra; qué sentido tiene vivir, trabajar, esforzarse por progresar si todo puede destruirse en un momento. Había desánimo, divisiones, dispersión”, recordó.
En ese contexto, precisó el ex vicario general, surgió la figura del Papa Juan XXIII, quien dándose cuenta de esta situación estimó necesario que la Iglesia debía detenerse y mirar en profundidad desde el Evangelio, lo que Cristo quería de su Iglesia.
“Recuerdo que uno de los primeros documentos que llegaron a las diócesis cuando se convocó al Concilio Vaticano II solicitaban pedirle a los obispos que ellos, con toda libertad y sinceridad, dijeran qué era lo que les preocupaba de la vida de la Iglesia; en qué les parecía que la Iglesia tenía que cambiar, y que para eso escucharan a su pueblo, a los fieles, a los sacerdotes. Y esa misma pregunta que se hizo a todos los episcopados, se formuló también a todas las instituciones católicas, universidades y órdenes religiosas. Se recibió un caudal enorme con opiniones sobre lo que la Iglesia debiera ser en este mundo, en esa época, para cumplir realmente el designio de Jesucristo sobre ella”, recordó el presbítero.
Así, a la luz del Concilio Vaticano II y del trabajo emprendido en todos los niveles de la Iglesia, fue surgiendo un nuevo concepto que pretendía dar cuenta de ella, de su razón de ser, sus misiones y desafíos en el mundo de hoy.
“La Iglesia es como un misterio. Es una realidad humana de personas creyentes, pero a través de estas personas Dios nos está diciendo lo que quiere de la humanidad entera. Este pequeño grupo de creyentes nos está diciendo que lo que Dios quiere de la humanidad es que todos se miren con dignidad, como hijos de Dios y como hermanos. Que haya paz y se viva la fraternidad, que vivan con la dignidad propia de hijos de Dios. La Iglesia es algo misterioso… Esta comunidad entre creyentes, que naturalmente tiene que tener algunos guías y pastores, por eso la definición de la Iglesia como pueblo de Dios. Esa idea de una jerarquía de la cual depende todo el pueblo cristiano, se fue transformando en el sentido que debe tener la autoridad de acuerdo al Evangelio, y autoridad es servicio, no es para imponer, la autoridad es para ayudar a crecer, y se fue recuperando esa imagen de Jesucristo –Ustedes me llaman a mí maestro y señor, pero yo estoy aquí en medio de ustedes como un servidor-“, evocó el ex vicario general.
“Lo que constituye a la Iglesia es esta fe y esta certeza de que todos somos hijos de Dios. No hay ninguna dignidad superior a la de ser hijos de Dios. No hay en la Iglesia alguien que sea más digno que otros, todos somos igualmente dignos y por eso tenemos que vivir en comunión de hermanos. Lo que nos distingue son los roles que cada uno debe cumplir para que la Iglesia entera pueda cumplir su misión. Entonces, tienen un rol específico los pastores, los sacerdotes, los diáconos, las religiosas, los laicos, pero no dignidad distinta, no hay escalafones ni jefes en la vida de la Iglesia. No debe haber jefes sino pastores que tienen un rol de acompañar a sus hermanos en este caminar”, reflexionó.
“Esa renovación profunda de la mirada sobre la Iglesia fue una de las primeras conquistas del Concilio Vaticano II, y en seguida su relación con el mundo. Estamos en el mundo y no somos distintos del mundo. El gozo y la esperanza, las tristezas y las alegrías de los hombres de nuestro tiempo, especialmente de los pobres y necesitados son también el gozo y la esperanza, las angustias y las tristezas de los discípulos de Cristo, porque no hay nada verdaderamente humano que no haga eco en su corazón. Por eso tenemos una misión que cumplir en el mundo en el cual estamos y del cual formamos parte. Por eso la Iglesia se siente íntimamente solidaria del hombre y de su historia”, concluyó el sacerdote Raúl Manríquez Ibáñez.
Fe cristiana, Psicología y Liberación
Por su parte el sacerdote, Dr. en Piscología y profesor emérito de la Universidad del Bío-Bío, José Luis Ysern de Arce, recordó que al arribar a Chile en 1959, el afán misionero le impulsaba a generar una Iglesia más atractiva, acogedora y sencilla, de manera que el llamado del Papa Juan XXIII fue prácticamente providencial, pues interpretaba el sentir de muchos.
“En las primeras entrevistas se le consulta al Papa qué espera del Concilio, y Juan XXIII, que estaba en su biblioteca privada, abre una ventana y dice –que entre aire fresco-. Y de verdad aquella imagen nos interpretó a todos”, comentó el sacerdote.
“Muy pronto me di cuenta que esa era la Iglesia que queríamos. Lo conversábamos entre nosotros, nos entusiasmaba, y muy pronto me di cuenta que no valía solamente la buena voluntad y la buena doctrina. A mí siempre me había gustado la Psicología, y entonces me decidí a estudiar una Psicología orientada a los jóvenes, y decidí ver cómo las ciencias humanas podían aportar (…) Me acuerdo que además, siempre me fascinó el concepto de la libertad. Siempre había en mí, como cura, algo que me hacía ruido. Que cuando alguien se confesaba y se acusaba de tal cosa, de acuerdo a los catálogos uno decía eso es pecado, pero tú conversabas con la persona y ella te decía –pero para mí no es pecado– y yo pensaba, bueno ¿no será verdad que no es pecado?”, reflexionó.
“Mi tesis en Lovaina, cuando hice el Magíster en Psicología se llamó “Liberación y fe cristiana en los jóvenes chilenos”. Para mí, ya empezó a haber una asociación entre liberación y fe, y sentía que lo más libre que había era el Evangelio de Jesucristo, y lo más respetuoso que había era Jesucristo, y por eso he profundizado cada vez más en una Psicología al servicio de la libertad humana, que supone responsabilidad humana. El hombre más libre es cada vez más responsable. Y vi cómo la Teología de la Liberación que surge en aquellos tiempos, va de la mano con la Psicología de la Liberación que es la atención al hombre, a la mujer, el sentido social, la sensibilidad social, la fe cristiana, que va a profundizar ese sentido comunitario, ese sentido de fraternidad, y en una palabra, la fe al servicio, promotora y profundizadora de la dignidad de la persona, de la dignidad humana. Entonces, uno comprende que por supuesto, la Iglesia no puede sino ser servidora de la persona humana, especialmente si esta persona está afligida, está ofendida en sus derechos, está atropellada etc. Y a su vez, respetar la libertad interior, y por eso me fascina una frase anterior al concilio, pero que la teoría del Concilio la toma aunque no la explicite, –el primer vicario de Cristo no es el Papa, el primer vicario de Cristo es la propia conciencia-, y por tanto debemos formar conciencias, porque tu conciencia es la que te tiene que ayudar a tomar decisiones”, manifestó Ysern de Arce.
“Creo que vivíamos toda una alegría y una jovialidad grande en el presbiterio y en los laicos, en este colegio Santa María, en los jóvenes de AUC, todos creo que se sentían interpretados por una Iglesia así. La revista Nuestro Camino, que va respondiendo a las bases que vienen de las parroquias más rurales de Ñuble, hasta los intelectuales de las universidades, que va recogiendo todo ese concepto. Don Eladio tuvo la buena idea de enviarnos al Instituto Superior de Pastoral Latino Americana (ISPLA) por tres meses, para hacer un curso de actualización de acuerdo al Concilio. Sentíamos que esta Iglesia era la que nos representaba y que era la Iglesia que queríamos”, comentó el académico UBB.
“Desde mi experiencia personal, y con dolor lo digo, tengo la impresión de que esa Iglesia pegó un frenazo, y no sé si hasta marcha atrás. Es la percepción que tengo ahora. Que este seminario nos sirva de impulso para retomar el Concilio. Yo no soy partidario de otro Concilio, soy partidario de que el Concilio Vaticano II lo pongamos en marcha, porque creo que no lo hemos puesto en marcha. Una mirada a los oprimidos, una Iglesia servidora, que vuelva al pueblo, a las bases, que sea verdaderamente agente de liberación, de dejar a la gente sentir que cada persona es autónoma, libre, que tiene sentido crítico, que es dueña de sí misma”, concluyó el académico José Luis Ysern de Arce.
Tras las exposiciones, los concurrentes formularon consultas y reflexiones que complementaron lo compartido por los sacerdotes.