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Publicado el 23 de mayo del 2023

Memoria y educación sobre desastres socionaturales

Por José Sandoval Díaz
Etiquetas: Opinión
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El 22 de mayo de 1960 quedó marcado como un momento histórico debido al devastador terremoto y tsunami que impactaron a más de 40 ciudades y cientos de localidades, dejando una profunda huella en la morfología costera y en la ciencia sísmica nacional. Esta fecha emblemática, en la que más de 2 millones de personas resultaron afectadas y casi 2.000 perdieron la vida, actualmente es reconocida como el «Día Nacional de la Memoria y Educación sobre Desastres Socionaturales». Esta designación resalta el papel crucial de la educación formal en la promoción de la conciencia histórica de los desastres y en la gestión integral de los riesgos.

En Chile, los desastres socionaturales, como el terremoto y tsunami del 27F, los incendios forestales del 2023 y la megasequía, generan experiencias profundamente arraigadas en la memoria de las comunidades afectadas. Sin embargo, estas memorias son frágiles en la población general debido a la falta de sensibilización, experiencia directa y comprensión limitada de los posibles impactos de los riesgos naturales. La práctica social de la memoria es reconocida como una capacidad adaptativa para mantener la conciencia frente a la intensificación de los riesgos naturales y eventos extremos en el contexto de la crisis climática actual. La memoria colectiva también nos permite comprender la interacción entre los factores socionaturales que configuran los dinámicos escenarios de riesgo, lo que posibilita la identificación de exposiciones, vulnerabilidades y capacidades que mejoran nuestra comprensión contextualizada de las amenazas presentes y futuras.

Las memorias colectivas de los desastres socionaturales, que abarcan relatos de supervivencia, pérdidas humanas y materiales, esfuerzos de reconstrucción y solidaridad, así como lecciones aprendidas, se arraigan en la identidad y cultura de las comunidades vulneradas, como es el caso de Chillán (Terremotos del 1751, 1835, 1939 y 2010). A través de mitos, historias orales y testimonios, se preservan conocimientos prácticos y estrategias adaptativas que fortalecen la resiliencia comunitaria. Monumentos, lugares históricos, museos y exposiciones desempeñan un papel esencial al mantener vivas estas memorias y permitir la interacción educativa con ellas. Estas memorias colectivas tienen un impacto significativo en la preparación, respuesta y recuperación de la comunidad ante futuros eventos similares, ya que brindan lecciones y experiencias que orientan las acciones y decisiones ante situaciones críticas. Por lo tanto, el ejercicio constante de recuperación de estas «memorias situadas intergeneracionales» permite una reinterpretación colectiva de experiencias negativas y traumáticas, evaluando acciones exitosas y desadaptativas frente a posibles escenarios de riesgo de desastre.

En resumen, las memorias colectivas desempeñan un papel crucial en la construcción de identidades individuales y territoriales, fortaleciendo la cohesión social, las confianzas institucionales y la comunicación efectiva del riesgo, al tiempo que fomentan comportamientos proambientales y adaptativos en respuesta a la crisis climática actual. Sin embargo, el desafío pendiente radica en desarrollar procesos educativos inclusivos que se adapten a las diversas características de la población y los contextos rurales. Estos procesos deben tener en cuenta no solo los conocimientos expertos, sino también los saberes y prácticas populares de afrontamiento. Esto brindará una oportunidad para (re)visibilizar las memorias colectivas locales y revelar la resiliencia oculta pero latente de las comunidades.

José Sandoval Díaz

José Sandoval Díaz Director del Centro de Estudios de Ñuble UBB

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