Las tradiciones aun cuando parecen no tener un origen claro o documentado, todas o en su gran mayoría son muy recientes, al menos así lo plantea el historiador británico Eric Hobsbawm en el texto “la invención de la tradición”. Una de estas tradiciones, además de una práctica muy popular en américa latina es la tradición alfarera. De esto nuestra región sabe mucho, prueba de ello es la reciente inscripción en el año 2022 dentro de la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial el cual requiere medidas urgentes de Salvaguardia de la UNESCO. En este aspecto y ya dialogando dentro de los estudios antropológicos o etnoarqueológicos, las secuencias operacionales de cualquier actividad artesanal habitualmente se trasmiten de generación en generación y en un contexto de aprendizaje informal. En el caso de la alfarería tradicional, que está en su mayor parte ejercida por mujeres, la futura alfarera aprende desde niña a fabricar cerámica mediante el saber hacer trasferido por la madre o su abuela, quien, a su vez, aprendió de su madre, y así sucesivamente durante generaciones. Uno de los primeros investigadores que documento este proceso en Chile fue Tomás Lago, investigador de la Universidad de Chile, él en conjunto con un grupo d estudiantes de arte de dicha casa de estudios, realizaron una estadía investigativa en Quinchamalí, en los años cincuenta. La alfarería sin duda cambia cuando se incorporan las tecnologías, si por tecnología se consideran los bruñidores, los hornos, los esmaltes para impermeabilizar y tantos otros implementos que incluso ahora nos parecerían rudimentarios, un libro interesante de conocer en este sentido es “ Opciones tecnológicas, Transformaciones en las Culturas Materiales desde el Neolítico” escrito por el antropólogo Pierre Lemonnier, en aquel texto el autor señala que la incorporación de las tecnologías en el aprendizaje es beneficiosa pues proporciona estabilidad y perpetuación a una determinada manera de actuar y democratizando de esta manera el uso de la tecnología dentro del grupo. Sin embargo, quizás lo más importante no sea la repetición de acciones y gestos técnicos, sino que junto a las técnicas de fabricación se trasmiten ideas, comportamientos sociales y tradiciones que forman parte de aquel grupo, ya que cada técnica es objeto de múltiples interacciones y constantes ajustes dentro de un sistema que muchas veces es más amplio, acá nuevamente prima que el pensar y el hacer son actividades netamente humanas.
El saber hacer es entendido como el conocimiento necesario que la técnica precisa, alguien, en el proceso de la confección artesanal lo adquiere a través del aprendizaje mayoritariamente de manera informal. El conocimiento técnico, por otro lado, se refiere a lo cognitivo sobre la tecnología. Es, en otras palabras, el conjunto de representaciones mentales de las formas a confeccionar y la materia a trasformar, junto con el registro de las modalidades que debe adoptar una acción para conseguir una técnica concreta.
Lemonnier sostiene que, en el aprendizaje cognitivo, no sólo se comparte la forma del hacer, sino además es aprendida la forma del pensar, del actuar y del comportarse, es por ello que este tipo de enseñanza informal es un protocolo y una actitud, es en sí una institucionalidad, puesto que de esa manera se salvaguardan las tradiciones, o sea, el lenguaje.
El aprendizaje en estos grupos cohesionados, sobre todo en aquellos que propician un trabajo artesanal, está mayoritariamente guiado por la madre o la abuela., considerándose aprendizaje en estas culturas siempre lo que esté ligado a un resultado material, aún cuando implícito esté dentro del aprendizaje, el lenguaje, el comportamiento y a su vez los códigos simbólicos que son la esencia del resultado. El dominio de las técnicas en su mayoría se aprenden por el constante hacer, es esta experiencia que brinda la confianza y la destreza en atreverse a utilizar la materialidad y las herramientas. Para la comprensión del pensar y del hacer en el ámbito de la artesanía alfarera, es cabal avocarse a la que se desarrolla entre las regiones de Valparaíso y del Biobío, zonas donde se ha documentado ampliamente el proceso alfarero. Este levantamiento de información, casi exclusivamente académico señala en resumen que para lograr una buena calidad en el producto final es necesario realizar una práctica continuada, que no resultaba difícil ya que las niñas y jóvenes colaboraban permanentemente en la producción doméstica. Para incentivar el proceso de aprendizaje, en muchos casos se hacía partícipe a la aprendiza de los beneficios obtenidos con su trabajo. De esta manera, las niñas podían obtener algún ingreso trabajando para la madre mediante el pulido y bruñido de las piezas que ella había fabricado, o bien trabajando para vecinas u otras parientes. Por lo general, a cambio de los trabajos de tratamiento de superficie las jóvenes recibían vasijas sin cocer (llamadas localmente “en verde”) en propiedad. Este sistema, si bien estimulaba el deseo de aprendizaje y la dedicación de aquellas niñas, también esta actividad las tentaba a independizarse a temprana edad, después de un periodo de aprendizaje que generalmente se producía, como describíamos, dentro del contexto productivo familiar, incluso si en el caso en que la madre trabajaba como asalariada de otra alfarera, las hijas por lo tanto se sumaban virtuosamente al mismo grupo, pasando ahora a realizar para sí trabajos remunerados.