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Publicado el 25 de junio del 2024

Espectro Completo: Reflexiones en Blanco

Por Alejandro Arros Aravena
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Hace poco tiempo, me encontré con un texto del insigne escritor chileno, Pedro Lemebel, lo conocía previamente pero no le había dado la atención necesaria,  esta desatención fue más bien por su título, “Zanjón de la Aguada”,  mi justificación es que desde hace un tiempo he dejado de lado la atención literaria por escritos capitalinos, más aún cuando su prosa y su texto me eran tan evidentes, no obstante, leerlo fue un golpe ontológico a mi visión del sufrimiento, aunque más bien lo definiría como un acto de comprobación, ya que en este sur amado (Ñuble y el Biobío) se sufre igual y peor.

En este texto, «Zanjón de la Aguada», Pedro Lemebel teje las historias de los olvidados, aquellos cuyas vidas se deslizan como sombras bajo el gris plomizo del cielo santiaguino. Con la llegada del invierno, el zanjón se transforma; las aguas frías y torrenciales lo recorren, arrastrando consigo las historias de abandono y desolación. Lemebel captura este momento con una sensibilidad que traspasa el mero frío del clima para adentrarse en el frío del alma humana.

Mientras las gotas de lluvia tamborilean sobre los techos de zinc, – comúnmente llamadas “fonolas” -, las pantallas de televisión en las casas acomodadas parpadean con ofertas de electrodomésticos y escaparates de moda, en un estridente contraste con la realidad del zanjón. En este escenario, Lemebel nos invita a mirar más allá de la banalidad de las noticias que pasan de largo las verdaderas tormentas humanas que acontecen en los márgenes.

El autor dibuja con sus palabras los rostros curtidos por el frío, las manos entumecidas que se extienden implorando algo más que limosna: buscan calor, comprensión, un reconocimiento de su existencia. La lluvia, implacable y fría, no hace más que profundizar el abismo entre dos mundos: uno, inundado de luz artificial y calor de ofertas comerciales; el otro, sumergido en la penumbra y el olvido.

Lemebel, en su lírica poética, no solo denuncia esta dicotomía, sino que la transforma en un lienzo de resistencia. Sus palabras son un abrazo para aquellos que el invierno ha dejado atrás, un recordatorio de que, en cada gota de lluvia, en cada rincón inundado del zanjón, hay historias que, aunque ignoradas, persisten en su lucha por ser contadas. Y así, en medio del frío despiadado, la voz de Lemebel se alza, cálida y desafiante, una llama en la tormenta.

Cuando el invierno despliega su paleta sobre el lienzo de la ciudad, los colores fríos toman el mando, tejiendo un tapiz de sensaciones que trascienden la vista para anidar en el alma. El blanco, en su pureza inmaculada, se convierte en el protagonista de esta estación, no solo cubriendo el paisaje con su manto de nieve, sino también llenando el aire con un silencio profundo y resonante.

Este color, tan frío y distante, evoca una serenidad melancólica, un retiro hacia el interior donde el calor de los recuerdos y la intimidad del pensamiento proporcionan refugio contra la crudeza del exterior. Junto a él, los grises perla de las nubes cargadas y el azul pálido del cielo invernal completan esta escena introspectiva. Son colores que no solo se ven, sino que se sienten: el gris de las tardes sin fin, el azul del frío que penetra los huesos.

En este mundo invernal que recién comenzamos, reducido a esquemas de fríos y blancos, cada color adquiere un peso emocional, narrando historias de soledad compartida y quietud reflexiva. El invierno, con su paleta limitada pero poderosa, invita a una contemplación más profunda, donde cada tono frío es un susurro en el viento, un recuerdo que flota en el aire gélido.

Así, el invierno se revela no solo como una estación del año, sino como un estado del ser, donde los colores fríos construyen un imaginario colectivo lleno de introspección y resonancia emocional. En este paisaje dominado por el blanco, cada matiz es un poema, cada sombra una historia, cada luz tenue una promesa de la primavera que aún duerme bajo la nieve.

El color blanco, en su esencia física, es la suma de todos los colores del espectro de luz visible, unidos en una sinfonía de claridad luminosa. Es el reflejo total de la luz, la ausencia de absorción, una página en blanco sobre la cual el universo puede pintar sin restricciones. Científicamente, el blanco es pureza óptica; no es un color en sí, sino la amalgama de todos, un prisma invertido que devuelve a los ojos toda luz que toca.

Poéticamente, el blanco es el silencio antes de la nota, el suspiro de la nieve que cae suavemente en un bosque adormecido. Es el lienzo infinito de posibilidades, la promesa de comienzos y la paz de los finales. En él, habita la quietud de los albores, el primer aliento del amanecer que rompe el dominio de la oscuridad con un suave despliegue de luz.

Este color, tan lleno y vacío a la vez, narra el ciclo eterno de la vida y la muerte, de lo que está por venir y lo que fue dejado atrás. Es la túnica de los ángeles y el luto de los desconsolados, la dualidad de la celebración y el lamento. El blanco evoca una tranquilidad profunda, un refugio para el espíritu cansado y un campo de juego para la imaginación desbordante.

Así, el blanco se convierte en más que un color; es un estado de ser, un refugio de paz interna, un espejo que refleja lo que el alma desea ver. En su inmensidad silente, el blanco guarda el secreto del todo y la nada, invitándonos a encontrar en su claridad la esencia misma del ser y del sentir.

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Alejandro Arros Aravena

Académico Depto. de Comunicación Visual UBB Director Escuela de Diseño Gráfico

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