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Publicado el 24 de julio del 2024

Lumbres en el invierno

Por Alejandro Arros Aravena
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El frío es una fuerza implacable, un recordatorio constante de la fragilidad humana frente a la naturaleza. En «Ana Karenina» de Tolstoi, el invierno ruso es más que un telón de fondo; es, como diría Algirdas Julien Greimas, un “actante” en sí mismo, un espejo del alma atormentada de Anna, que busca el calor de la pasión en medio de un entorno gélido. Esta búsqueda desesperada de calor es algo que resuena profundamente en nosotros, pues el frío no solo cala en los huesos, sino también en el espíritu.

La novela «Mientras nieva sobre los cedros » de David Guterson es otra obra maestra que explora la dureza del invierno y cómo el frío puede ser tanto un obstáculo como una fuerza unificadora. Situada en una isla en el noroeste del Pacífico, la narrativa de Guterson utiliza el frío y la nieve para reflejar la frialdad de las relaciones humanas y las tensiones raciales en la comunidad. La búsqueda de justicia y verdad en un entorno helado resalta la necesidad de calidez y comprensión humana.

Otra obra que nos sumerge en la gélida realidad del frío es «El país de la canela» de William Ospina. Esta novela, ambientada en la conquista de América del Sur, muestra cómo los conquistadores enfrentaban las condiciones extremas de los Andes y la selva amazónica. En medio de la adversidad, la búsqueda de calor y refugio era crucial no solo para la supervivencia física, sino también para mantener la moral y la determinación.

La sensación del frío puede ser avasalladora, un recordatorio persistente de la necesidad de abrigo y seguridad. Para aquellos que realizan trabajos intelectuales, mantener una temperatura corporal adecuada es fundamental. El calor es esencial para la concentración y la creatividad; un cuerpo frío lucha por mantenerse enfocado, sus pensamientos se tornan lentos, como si el cerebro se congelara junto con el ambiente. El calor, en contraste, despierta la mente, la agita y la nutre, permitiendo que las ideas fluyan libremente.

Imaginemos al estudiante en su escritorio, una taza de leche humeante a su lado, el crepitar de la leña en la chimenea brindando un fondo rítmico a su proceso de aprendizaje. El calor no solo conforta su cuerpo, sino que envuelve su mente en una atmósfera propicia para la reflexión y la asimilación de conocimientos. En este espacio cálido, el frío exterior se convierte en un mero murmullo, una realidad distante que realza la acogedora intimidad del momento.

En educación transformamos lo frío en cálido, ahí devienen los tres grandes ejes que mueven la educación, esto es el currículum, la evaluación y la didáctica, esta última la podría definir como el arte de enseñar, en este tiempo de invierno el estudiantado encuentra en el calor un aliado invaluable. Un aula cálida no solo proporciona confort físico, sino que crea un ambiente acogedor donde los estudiantes pueden concentrarse plenamente en el aprendizaje. Los profesores, conscientes de la importancia de este entorno, buscan constantemente mantener un equilibrio que favorezca la atención y la participación activa. El calor se convierte en un catalizador para el intercambio de ideas, la exploración de nuevos conceptos y la creatividad en el proceso educativo.

El calor, entonces, se manifiesta de múltiples formas: en la calidez de un hogar, en la chispa creativa de una mente concentrada, en el esfuerzo y el sudor de aquellos que trabajan bajo condiciones adversas. Es una fuerza que trasciende lo físico, envolviendo nuestras vidas en una sensación de bienestar y confort que todos necesitamos.

En cada página de «Ana Karenina», «Mientras nieva sobre los cedros» y «El país de la canela», el frío y el calor juegan un papel crucial en la narrativa, reflejando nuestras propias luchas y triunfos. Nos recuerdan que, aunque el frío puede ser una prueba, el calor es un premio al que todos aspiramos. En nuestras vidas, buscamos ese equilibrio, ese punto donde el calor nos permite enfrentar el frío con valentía y dignidad.

La concentración y el calor están íntimamente ligados. Un cuerpo cálido acoge una mente alerta, lista para sumergirse en el aprendizaje y la exploración intelectual. Del mismo modo, quienes trabajan en el frío buscan constantemente ese calor interno que les permite cumplir con sus tareas. Ambos grupos, aunque distintos en sus contextos, comparten una misma lucha: la de mantenerse cálidos en un mundo a menudo frío.

Y así, en nuestras vidas diarias, valoramos y buscamos el calor en todas sus formas. Ya sea en la calidez de un hogar, en el reconocimiento de un trabajo bien hecho, o en la chispa de inspiración que nos impulsa a seguir adelante. El calor es más que una necesidad física; es un símbolo de vida, de esfuerzo y de la capacidad humana para enfrentar y superar las adversidades.

En este ciclo interminable de frío y calor, encontramos la esencia de nuestra existencia. Nos enfrentamos al frío con la esperanza de hallar el calor, y en ese proceso, descubrimos nuestra fortaleza y nuestra humanidad. Así, el frío deja de ser solo una sensación física y se convierte en una parte integral de nuestra narrativa, una prueba constante que nos recuerda la importancia de buscar y valorar el calor en todas sus formas.

Para finalizar una cita del filósofo francés Albert Camus: » En medio del invierno descubrí que había, dentro de mí, un verano invencible. Y eso me hace feliz. Porque esto dice que no importa lo duro que el mundo empuja contra mí; en mi interior hay algo más fuerte, algo mejor, empujando de vuelta».

Descripción

Alejandro Arros Aravena

Académico Depto. de Comunicación Visual UBB Director Escuela de Diseño Gráfico

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