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Publicado el 15 de diciembre del 2024

Educación integral, una vía hacia la plenitud humana

Por Alejandro Arros Aravena
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En un mundo que se define por la especialización y la inmediatez, el acceso a una formación educativa que integre distintas áreas del saber se presenta como un acto profundamente significativo. Aprender más allá de lo estrictamente utilitario y funcional, explorar campos como el arte, la ética, la agricultura o la música, transforma no solo nuestra comprensión del mundo, sino también nuestra relación con nosotros mismos y con los demás. Modelos educativos como la pedagogía Waldorf, que promueven esta integración, invitan a imaginar una educación que no sea una mera acumulación de conocimientos, sino un viaje hacia el autodescubrimiento y el compromiso con el entorno.

Proponer que las distintas disciplinas no son fragmentos aislados, sino hilos de un mismo tejido que dan forma a la experiencia humana, sugiere que el aprendizaje debe superar la compartimentación tradicional. Aprender arte, por ejemplo, no es simplemente dominar técnicas, sino desarrollar una sensibilidad hacia la belleza y el significado. De igual manera, comprender principios de agricultura no se limita a adquirir herramientas para cultivar la tierra, sino a reconocer nuestra interdependencia con los ritmos naturales. En una sociedad donde el conocimiento parece disociado de su aplicación vital, integrar estas áreas del saber nos reconcilia con lo esencial.

El arte nos conecta con la experiencia humana en su dimensión más profunda. Aprender música, pintura o teatro no solo desarrolla habilidades específicas, sino que también amplía nuestra capacidad de empatía y creatividad. Martha Nussbaum destaca que el arte tiene un rol indispensable en la formación de ciudadanos comprometidos, porque nos enseña a imaginar las vidas de los demás. Bajo esta luz, integrar las artes en la educación fomenta no solo la expresión individual, sino también la comprensión de la otredad.

Por otro lado, la inclusión de la agricultura como parte del currículo nos lleva a reflexionar sobre nuestra relación con la naturaleza. El aprendizaje de tareas como sembrar, cultivar y cosechar no solo proporciona habilidades prácticas, sino también un sentido de responsabilidad hacia el medio ambiente. Wendell Berry advierte que hemos perdido el vínculo con los procesos naturales que sostienen la vida humana. En este sentido, una educación que incluya la agricultura no solo tiene un valor pedagógico, sino también ético, ya que nos invita a participar activamente en la sostenibilidad del planeta.

La ética también ocupa un lugar central en una educación verdaderamente integral. Adela Cortina plantea que una formación ética no debe limitarse a la reflexión abstracta, sino traducirse en actos concretos de respeto y solidaridad. Una educación que fomente valores como la colaboración y el sentido comunitario permite internalizar principios éticos a través de la experiencia diaria. Esto prepara a niños y jóvenes para enfrentar los desafíos del mundo con una conciencia crítica y un compromiso ético.

Aprender sobre distintas áreas del saber también fomenta la integración entre lo teórico y lo práctico. En lugar de perpetuar una dicotomía entre pensamiento y acción, una educación integral busca unir ambos aspectos, mostrando que el conocimiento solo cobra pleno sentido cuando se aplica a la vida cotidiana. John Dewey subraya que el aprendizaje significativo ocurre cuando se relaciona con las experiencias reales de los estudiantes. Bajo esta perspectiva, incluir disciplinas como la ética, el arte y la agricultura no solo amplía el horizonte intelectual, sino que también capacita para actuar en el mundo de manera consciente y responsable. Estas disciplinas permiten un enfoque holístico que conecta mente, corazón y manos, como diría Rudolf Steiner, quien también destacó la importancia de equilibrar el pensar, el sentir y el hacer.

En un contexto histórico donde el conocimiento tiende a fragmentarse y la educación corre el riesgo de convertirse en un mecanismo para alimentar mercados laborales, los enfoques integrales como el de las “otras pedagogías” nos recuerdan que educar es, ante todo, formar seres humanos plenos. El acceso a este tipo de formación no debería ser un privilegio reservado a unos pocos, sino un derecho fundamental. Como bien se ha planteado en debates pedagógicos, la verdadera educación consiste en transformar las capacidades humanas en talentos concretos que puedan servir a la humanidad. Estas ideas nos desafían a repensar qué significa educar en un mundo complejo y en constante cambio, donde se hace necesario formar individuos capaces de adaptarse a lo inesperado y de aportar soluciones creativas a los problemas colectivos.

En definitiva, una educación que integre el arte, la ética, la agricultura y otras áreas del saber no solo nos hace más completos como individuos, sino también más conscientes de nuestra interconexión con los demás y con el planeta. Este enfoque no es solo una alternativa pedagógica, sino un acto de resistencia frente a una cultura que muchas veces privilegia lo efímero sobre lo esencial. Quizá, al abrazar esta visión integral de la educación, podamos no solo aprender a vivir, sino aprender a vivir mejor, en armonía con nosotros mismos, con los otros y con el mundo que habitamos. Por tanto, aprender sobre distintas áreas del saber también fomenta la integración entre lo teórico y lo práctico. En lugar de perpetuar una dicotomía entre pensamiento y acción, una educación integral busca unir ambos aspectos, mostrando que el conocimiento solo cobra pleno sentido cuando se aplica a la vida cotidiana. Dewey, subraya que el aprendizaje significativo ocurre cuando se relaciona con las experiencias reales de los estudiantes. Es entonces, en definitiva, una educación completa que integra el arte, la ética, la agricultura y otras áreas del saber no solo nos hace más justos como individuos, sino también más conscientes de nuestra interconexión con los demás y con el planeta. Este enfoque no es solo una alternativa pedagógica, sino un acto de resistencia frente a una cultura que muchas veces privilegia lo efímero sobre lo esencial. Quizá, al abrazar esta visión integral de la educación, podamos no solo aprender a vivir, sino aprender a vivir mejor, en armonía con nosotros mismos, con los otros y con el mundo que habitamos.

Alejandro Arros Aravena

Alejandro Arros Aravena Director Depto. de Comunicación Visual UBB

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