La revolución impulsada por la inteligencia artificial (IA) ya está aquí, moldeando la manera en que aprendemos, trabajamos y nos relacionamos. Esta transformación sitúa a las universidades ante la pregunta: ¿estamos preparando a las nuevas generaciones para un mundo guiado por la IA? La respuesta que demos a esta interrogante tiene profundas implicancias, especialmente en regiones como las del Biobío y Ñuble, cuyo desarrollo dependerá, cada vez más, de la capacidad de formar capital humano adaptado a los nuevos desafíos tecnológicos.
Los estudiantes que hoy ingresan a las aulas universitarias saben que su entorno laboral será radicalmente distinto al de generaciones anteriores y un gran porcentaje (80%, de acuerdo con la Global AI Student Survey 2024) siente que su universidad no está cumpliendo con sus expectativas en esta área. Sin embargo, aunque las habilidades técnicas vinculadas a la IA, la ciencia de datos y la ciberseguridad son cada vez más demandadas, resulta también revelador que —según el Foro Económico Mundial— las capacidades más valoradas por los empleadores continúan siendo el pensamiento analítico, la creatividad, el liderazgo, la resiliencia y adaptabilidad. Lo relevante no es sólo el dominio técnico de las nuevas herramientas. También importa cómo se articulan con estas habilidades profundamente humanas. La IA permite automatizar muchas tareas rutinarias, pero se sigue necesitando el juicio, la sensibilidad y la ética que sólo las personas pueden aportar.
Estas brechas comienzan a abordarse también a nivel local. En las instituciones de educación superior del Biobío y Ñuble se están dando pasos iniciales hacia un modelo formativo que combine dominio tecnológico, habilidades transversales y compromiso territorial. Aunque todavía de manera incipiente, esta orientación busca responder a desafíos comunes de ambas regiones: diversificar la matriz productiva, fortalecer el empleo de calidad y reducir las desigualdades territoriales. Se requiere consolidar la formación de profesionales preparados para un entorno digital, capaces de impulsar la innovación en sectores tradicionales —como la agroindustria, la madera, la energía y la logística— integrando inteligencia artificial para hacerlos más competitivos y sostenibles.
Este proceso debe ser inclusivo, no sólo para las grandes ciudades. Las universidades regionales tenemos la responsabilidad de conectar la tecnología con la realidad local, formar profesionales comprometidos con sus comunidades y abrir oportunidades donde históricamente han escaseado. Incorporar la IA en la formación universitaria significa enseñar a utilizar la tecnología con criterio, a comprender sus posibilidades, a tomar decisiones informadas y a liderar procesos de cambio en contextos diversos. En suma, significa formar profesionales digitales con vocación pública y capacidad de innovación.
La inteligencia artificial ya está transformando el mundo. Para nuestras regiones y universidades, el desafío es consolidar y proyectar los avances que comienzan a emerger, orientándolos hacia un desarrollo con identidad, en el que la tecnología se articule con la humanidad y el territorio.
