Liberalismo —el sueño norteamericano implementado por los Chicago Boys— prometía libertad, crecimiento económico y autonomía total sobre nuestras decisiones.
Una apuesta distinta al socialismo que intentó abrirse paso por vías democráticas y al que se le negó, por medio de la fuerza, la posibilidad de ejercer lo que el pueblo había elegido: una participación real en la distribución y control de los recursos.
Hoy, si se analiza con rigor, no estamos viviendo un verdadero liberalismo, sino la ilusión de una falsa promesa, donde la capacidad de elegir está concentrada en manos de unos pocos.
Esto cobra sentido al comprender las leyes de amarre, que aseguraron la concentración del poder, conformando un patrón estructural en el que la gran mayoría no somos vistos como sujetos empoderados, sino como simples alcancías con forma de ovejitas, a disposición de una élite gobernante.
Un ejemplo claro es la resistencia a abrir el secreto bancario, que brinda a quienes están en el poder la libertad de administrar nuestros recursos sin rendir cuentas, mientras a nosotros nos revisan hasta el último peso por cualquier trámite efectuado.
Y si miramos atrás, podremos recordar casos como el de aquella profesora cuya AFP le negó su dinero bajo un tecnicismo, arrebatándole lo que era suyo por derecho: el acceso a una calidad de vida digna por el tiempo que le quedaba.
¿Dónde está la libertad? ¿Dónde está la capacidad de decidir sobre lo que nos pertenece? ¿Dónde está nuestra dignidad como ciudadanos y ciudadanas?
Estos casos, en apariencia aislados, comparten un patrón que nos hace cuestionar el sistema que nos imponen, apenas modificado en democracia para hacerlo tolerable.
La retórica del liberalismo se utiliza para justificar la concentración del poder, mientras que la autonomía del pueblo se mantiene limitada y subordinada a intereses privados.
Solo unos pocos tienen verdadera libertad: aquellos que aceptan y se benefician del sistema tal como está, mientras la mayoría seguimos adormecidos en la ilusión que nos ofrece el discurso oficial.
¿Nos perteneció plenamente la libertad prometida, o es hora de despertar y exigir lo que se nos ha arrebatado?