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Publicado el 26 de septiembre del 2025

Fraternidad: el valor perdido

Por Fernando Toledo Montiel
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En tiempos de tensiones crecientes, polarización y discursos que fragmentan, resulta urgente recurrir a un valor tan esencial como necesario: la fraternidad. No se trata de una palabra retórica, sino de un principio vital que sostiene la posibilidad de vivir juntos, de reconocernos como parte de un destino compartido.

Desde esta perspectiva, la fraternidad va más allá de la solidaridad inmediata o la empatía ocasional. Es un valor que implica un compromiso profundo con el otro, reconociendo en cada ser humano una dignidad innegociable y que, frente a la desigualdad, la exclusión y la pérdida de confianza en las instituciones, se convierte en la argamasa que impide que nuestras comunidades se resquebrajen.

Para sostenerse en el tiempo, la fraternidad requiere de fundamentos sólidos. Se fortalece cuando nuestras construcciones sociales, culturales y personales ponen siempre en el centro a la persona, valorando la cooperación por sobre la competencia y la confianza por encima de la desconfianza. Sin embargo, este valor exige además un ingrediente esencial: el desprendimiento, es decir, la disposición a ceder parte del interés propio en favor del bien común. A veces significa compartir recursos, otras veces tiempo, y siempre implica renunciar a la tentación de anteponer lo individual por sobre lo colectivo.

La historia nos lo recuerda con fuerza: los grandes avances de la humanidad —en derechos, justicia y paz— han surgido cuando este valor ha estado presente. Allí donde la fraternidad prima, florecen la cooperación, la confianza y la cohesión social. Allí donde se debilita, la desconfianza se multiplica, la fragmentación se profundiza y la convivencia se vuelve una sucesión de desencuentros.

Así entendida, la fraternidad es, ante todo, un principio filosófico de humanidad. Nos recuerda que no somos individualidades cerradas, sino parte activa de una obra colectiva y trascendente. Nuestra existencia se define en relación con los demás. La fraternidad nos sitúa en el centro de un “nosotros” más amplio y nos invita a comprender que el bienestar de uno depende, inexorablemente, del bienestar de todos. Sin ella, libertad e igualdad se convierten en meros enunciados vacíos. Con ella, en cambio, la vida en común se eleva a una verdadera comunidad de sentido.

De ahí que, aunque podamos subrayar la importancia de los incentivos sociales y políticos, conviene recordar que este valor no se sostiene únicamente en estructuras externas. Exige también una transformación interior: un cambio de conciencia que nos lleve a reconocernos mutuamente como parte de una misma humanidad. Solo desde esa disposición íntima y libre la fraternidad trasciende el plano de lo útil y se convierte en un principio de verdadera evolución personal y colectiva.

Por eso, hoy más que nunca necesitamos volver a colocar la fraternidad en el corazón de nuestra vida pública. Porque solo desde ese reconocimiento mutuo, fortalecido por incentivos reales, desprendimiento personal y una conciencia más elevada, podremos construir sociedades más justas, cohesionadas y capaces de evolucionar hacia un futuro digno para quienes nos siguen.

Descripción

Fernando Toledo Montiel

Académico de la Universidad del Bío-Bío.

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