El académico del Departamento de Ciencias Sociales, Dr. Marco Antonio León León, acaba de publicar una nueva obra que asoma como un referente para quienes deseen conocer la historia de Chiloé durante el siglo XIX. En un lenguaje sencillo y directo, sin abandonar el rigor propio de la disciplina histórica, la publicación se orienta a un público amplio interesado en conocer la vida cotidiana de este particular espacio de Chile. El libro es producto de un proyecto del Fondo del Libro y la Lectura 2015, que permitió terminar de investigar y publicar el trabajo.
La Isla Grande de Chiloé y el archipiélago es un tema recurrente para el académico del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad del Bío-Bío, Dr. Marco Antonio León León. Vínculos afectivos y la constante referencia a ese espacio geográfico y cultural en su entorno próximo, son algunas de las razones que explican el interés del investigador por intentar desentrañar aspectos históricos y de la vida cotidiana de los habitantes del archipiélago durante el siglo XIX, una etapa que representa una oportunidad, toda vez que la mayoría de los trabajos referidos a la zona suelen ilustrar la época colonial y el siglo XX.
La obra, publicada por Ediciones Universitarias de Valparaíso de la Pontifica Universidad Católica de Valparaíso, será presentada oficialmente el jueves 15 de octubre a las 19 horas en la Biblioteca Municipal de la ciudad de Castro.
-¿Con qué se encontrará el lector que consulte el libro?
-“Se encontrará con un libro que pretende vincular la disciplina histórica, con todo el rigor y las características profesionales que implica, con un público más general, no necesariamente especialista ni en historia regional ni menos en la historia de Chiloé. Está pensado para un público que le interese conocer la vida cotidiana de una parte bien específica de Chile, en un siglo que historiográficamente ha sido poco abordado, tanto por los especialistas de Chiloé como por los estudiosos de esta zona del sur de Chile. Es un libro planteado en un lenguaje sencillo y directo. No cae en un juego interminable de explicaciones, abstracciones, simbolismos, sino que busca hacer comprender y contextualizar la vida cotidiana, entendiendo el sentido que tienen las diversas acciones humanas que la componen.
¿Qué sentido tiene el estudiar la cotidianeidad?
-“Para mí el estudio de la cotidianeidad tiene un carácter doble. El primero es poder acercar la historia a un público más amplio, quitarle ese sesgo híper especializado y cerrado de la disciplina, y mostrar que un trabajo bien hecho y riguroso puede ser masivo, lo cual no le quita ni seriedad, rigor ni profundidad. Lo segundo es mostrar que lo cotidiano también tiene un sentido, porque no se trata de coleccionar una serie de imágenes sobre cosas muy puntuales y que finalmente no explican nada. Para mí, lo cotidiano permite comprender la identidad de una comunidad, cuáles son los elementos que construyen su identidad en el tiempo y en un espacio geográfico determinado. Entender que la reiteración de rutinas tiene una historicidad que es preciso rescatar y que no todo lo significativo en Historia se encuentra vinculado al Estado, la política o la economía”.
¿Qué objetivos se propuso al escribir el libro?
-“De alguna manera quería sacar de la mente de quienes leyeran el libro, la idea de ese Chiloé vinculado al turismo, a las iglesias, a los palafitos, que no es necesariamente la imagen de Chiloé durante el siglo XIX. Por ejemplo, los palafitos son un tipo de vivienda de Castro que surge sólo a partir de la década de 1940. Las iglesias del siglo XIX son hitos significativos, pero son iglesias muy distintas a las que vemos en calendarios o documentales con colores muy vivos, ya que el color no era algo propio de Chiloé durante el siglo XIX, como tampoco durante buena parte del siglo XX. El color se introduce en las viviendas y en las iglesias a partir de la década de 1970, aproximadamente. Hay que precisar que tampoco el salmón formaba parte de la dieta chilota, pues entra en la zona también en los años setenta. El plato conocido como cancato que aparece referenciado en algunos relatos costumbristas del siglo XIX, se preparaba con otro tipo de pescado, siendo necesario en éste y otros aspectos realizar ese alcance”.
-“En alguna visita a Chonchi, ya con un ojo más especializado, conocí una suerte de reconstrucción de lo que debía ser una casa chilota de antaño, y me di cuenta que la imagen que se muestra ahí, si bien es cercana a lo que sería una casa chilota, es un tanto idealizada, como si la vida rural en el siglo XIX hubiese sido algo prácticamente bucólico, deseado, o llamativo… Y lo cierto es que la vida rural en Chiloé en ese siglo era bastante dura, precaria y no tenía nada de deseable. Los fogones estaban en chozas donde se combinaban olores, donde se daba una convivencia de personas con animales, donde todo quedaba pasado a humo, no había buena ventilación, más aun pensando en épocas del año en que llovía durante semanas… No era algo agradable… Por ende, la imagen que construye el turismo sobre Chiloé, desde la década de 1970, que para mí representa un hito clave en la construcción cultural de lo que hoy es el archipiélago, es la de un mundo rural idealizado”.
-“Me interesaba mostrar además que la vida de una sociedad, fundamentalmente rural durante el siglo XIX, tenía estos sinsabores, pero también momentos de fiesta, de alegría y de instancias para compartir, lo cual no cambiaba el carácter duro de la existencia cotidiana y del aislamiento interno. En ello, cabe recordar que hoy la Isla Grande está comunicada a través de la carretera, pero dicha carretera es algo que se materializa en Chiloé en la década de 1960. Hasta antes de eso, un chilote para poder comunicarse entre una localidad y otra o tenía que utilizar el mar o las huellas y senderos porque ni siquiera existían caminos. De hecho, existen descripciones de los medios de transporte que se usaban para moverse en la tierra o sobre el barro, y que eran unas especies de trineos arrastrados por terrenos donde llovía durante meses. Pretendo mostrar eso, lo que significaba entonces, y lo que hubiera significado para alguien de hoy vivir en esas condiciones”.
¿A qué fuentes recurre para elaborar la obra?
-“Al momento de escribir sobre el siglo XIX me propuse hacerlo con la perspectiva de reconstruir dicho siglo a partir de la mirada de quienes vivieron en él, no de quienes interpretaron ese siglo desde el XX o el XXI. Por lo mismo, me centré fundamentalmente en relatos de viajeros que hubiesen estado en Chiloé desde fines del siglo XVIII hasta comienzos del siglo XX. También en algunos documentos o memorias ministeriales que describieran la situación chilota en ese mismo periodo. Recurrí a algo de material de archivo, en la medida que me permitiera ver algunos detalles de la organización administrativa del Chiloé republicano a partir de 1826. Junto con eso, también incorporé algunos archivos religiosos como el de la Orden Franciscana en Santiago, el cual permitió abordar algunos aspectos de la religiosidad y del Colegio de Misioneros en Castro, material que no estaba debidamente trabajado. En suma, realicé mi reconstrucción a partir de viajeros, memorialistas y de la prensa que permitiera complementar las fuentes anteriores, llenando los vacíos, permitiendo corregir alguna apreciación, alguna fecha, algún dato puntual, etc.”.
-“Afortunadamente, se mantiene buena parte de la prensa chilota y es posible consultarla tanto en Santiago como en el Archivo de Castro. Una fuente no menor son las fotografías, y uno de los criterios era incorporar registros que en lo posible fuesen del siglo XIX, o grabados e ilustraciones, pero que también fueran de ese siglo. De hecho, hay solamente dos fotografías en el libro que no son del siglo XIX, pero que apuntan al mismo siglo: un Cristo Chilote que se encuentra en el Museo Colonial de San Francisco en Santiago, de fines del siglo XVIII, y que muestra un crucifijo con las características físicas de la zona, en el entendido que ese era el Cristo que vería un chilote en el siglo XIX. La otra es una fotografía de una iglesia y un altar, que por supuesto están presentes a lo largo del siglo XIX. Busqué fotografías de iglesias que no estuvieran alteradas o con una restauración que contaminara la estética de lo que habría tenido esa iglesia durante el siglo en estudio”.
¿Por qué decide investigar sobre Chiloé durante el siglo XIX?
-“En mi época de estudiante de pregrado fue surgiendo eventualmente el interés por investigar la zona. Me di cuenta que había varios trabajos publicados sobre Chiloé, pero la mayoría de esos trabajos cubrían el periodo colonial, desde el siglo XVI al XVIII, y otros de carácter testimonial y de historia cubrían el siglo XX. En este sentido, destaco lo realizado por Gabriel Guarda, Isidoro Vásquez, María Ximena Urbina y Dante Montiel. También valoro el aporte de Rodolfo Urbina, quien ha investigado profesionalmente el periodo colonial y el siglo XX a través de sus propios testimonios y memorias”.
“Sin embargo, me daba cuenta que había un vacío. Derivado de mi tesis de Licenciatura en la Pontifica Universidad Católica de Chile en Santiago, que fue sobre Los espacios de la muerte en Santiago (1883-1932), hice un estudio centrado en el tema de la cotidianeidad ante la muerte que se convirtió en un libro que llevó por título La cultura de la muerte en Chiloé. La primera edición apareció en 1999 y pude reeditarlo de manera ampliada el año 2007. Ese fue mi primer acercamiento historiográfico a Chiloé. Al hacerlo me fui dando cuenta de esta situación de carencia de trabajos sobre el siglo XIX y decidí empezar a trabajarlo y abordarlo progresivamente a través de distintos aspectos: la vida del puerto de Ancud que tuvo mucho desarrollo en ese tiempo, la agricultura, la vivienda, la apariencia física, la vestimenta, las comidas, las bebidas y todos aquellos aspectos que tuvieran relación con la vida cotidiana, pero excluyendo el tema del ritual mortuorio, porque ya lo había estudiado, como dije”.
¿Qué lo lleva a investigar sobre Chiloé? ¿Existen vínculos especiales?
-“Hay un vínculo personal con Chiloé, específicamente con mi familia materna, con mis abuelos, quienes si bien originariamente no eran de Chiloé, terminaron viviendo en el archipiélago desde su matrimonio al nacimiento del último de sus hijos. Es un periodo de alrededor de 35 años en que viven en diferentes islas del archipiélago hasta que se establecen finalmente en Castro, donde compran un almacén en la calle Blanco, almacén que al menos hasta la última vez que visité Castro todavía se mantenía en su estructura”.
-“En Chiloé nacen mis tíos y tías, y mi madre en Castro a mediados de la década de 1940. Por ello siempre ha habido un vínculo con Chiloé, a pesar que mi familia luego debió trasladarse a Santiago a comienzos de 1960. Mis familiares siempre tuvieron este imaginario chilote en su mente y era el que se transmitía en los almuerzos, onces o en conversaciones. Si bien yo nací en Santiago y funciono con el ritmo de la ciudad y sus características, siempre he estado muy sensible a los temas de Chiloé, porque ha sido parte de mi referente cultural. Mi primer acercamiento hacia la zona es la de un turista, pues siendo niño viajé con mi madre y mi abuela a la Isla Grande durante 5 años seguidos, pero luego más adulto volví ya de manera individual, aunque a diferencia de otros turistas con un mayor grado de sensibilidad hacia el entorno y sus habitantes. En función de ello hay muchas cosas que recuerdo de las narraciones de mi abuela, abuelo, tíos y mi madre y me hacen sentido cuando vuelvo a Castro: nombres de calles, lugares específicos, apellidos, etc. Me gusta asimismo la combinación de la geografía, de los escenarios marítimos y campestres, como también la existencia de algunos bosques vírgenes, los pocos que quedan, y que me retrotraen a las experiencias narradas por los viajeros decimonónicos. Ha sido tanto mi gusto por algunos lugares, que recuerdo haber estado todo un día recorriendo un bosque virgen por el solo placer de estar ahí. Eso, en una ciudad, es imposible, física y anímicamente hablando”.