Hoy se celebra el día del patrimonio en todo el territorio nacional, momento exacto para que realicemos un ejercicio de memoria, relevando de esta manera un intangible no sólo con valor histórico, sino también valor patrimonial, para ello nos aproximaremos desde aquel imaginario construido sólo a través del paso del tiempo. La marca o registro de marca es un valor que va más allá de la visualidad o de la imagen mental que permite traer al presente una serie de remembranzas propias de aquel intangible recuerdo, en este sentido como primer ejemplo recordaremos aquella pugna diplomática de dos países (Chile y Perú) que, en virtud de atribuirse derechos sobre de quién es la denominación, han realizado una serie de actos diplomáticos y judiciales considerando para sí el origen del “pisco”. Chile tuvo a su favor, un documento sobre el inventario de la “hacienda La Torre” en la actual región de Coquimbo donde el año 1733 se indicaba además de otros bienes, la existencia de “tres botijas de pisco”. Este documento fue fundamental para las aspiraciones chilenas, a pesar de este hecho irrefutable la disputa diplomática aún continúa. Entre el 2022 y 2026 Chile tendrá un presupuesto cercano a los 10 millones de dólares para posicionar comunicacionalmente como “una marca” a esta bebida espirituosa entre el imaginario público mundial. Como dato histórico, la primera marca registrada a un pisco chileno, fue en el año 1882 y cuya protección fue asignada a “Pisco Copiapó”. Cuatro décadas antes, en el año 1840, el presidente de Chile don José Joaquín Prieto daba concesión de la primera patente a don Andrés Blest, tío del famoso escritor Alberto Blest Gana, la patente consistía en un novedoso sistema para la fabricación de Ron. Existen antecedentes sobre la primera legislación respecto a patentes, promulgada por el Senado Veneciano en el año 1474, pero no fue sino hasta el siglo XVIII cuando se indicaba protección a la invención destacándose en este aspecto, los países de Estados Unidos y Francia.
El Chile republicano del siglo XIX permite que, el crecimiento de los yacimientos mineros en el norte del país, estimule la instalación del comercio de bienes, aunque debido a la reciente independencia no se considera a este país como una república industrial, por lo tanto, la producción de marcas no era un tema relevante aún. Nuestro territorio, un joven país recién liberado de la colonia española, recibe en el año 1822 a la naturalista británica María Graham, ésta debido a la muerte de su esposo, decide quedarse un año viviendo el luto de rigor, la intelectual narra en su libro “Crónica de mi estadía en Chile, 1822” los modos de vida del habitante de este país, registra además la flora y fauna de la zona central, comparte con la clase obrera y también la burguesía, se sorprende resistiéndose a creer que este país estuvo bajo la tutela de España por tres siglos, y que no se haya impregnado prácticamente nada de una de las culturas más desarrolladas del mundo. Como ejemplo, Graham comenta en su libro lo siguiente: “en Chile no hay industria, no se manufactura prácticamente nada, pues no merecen tal nombre las rudimentarias industrias del jabón y las velas”. Las lapidarias palabras de Graham se diluyen en las próximas décadas. Es en el año 1865 cuando se registra el “logo” de Bellavista Oveja Tomé, famosa industria textil. Una curiosa protección que llama la atención, es el registro de la etiqueta de “Vino de la Cruz Roja, especial para enfermos” ocurrida en el año 1893. Con la llegada del primer centenario en el año 1910 las industrias centraron los diseños realzando los valores patrios, un ejemplo es la marca de cigarrillos “Abrazo de Maipú” donde la imagen de aquellos cigarrillos es precisamente una ilustración del abrazo entre O´Higgins y San Martín. Otro ejemplo en esta línea es la marca de vino “Por la Razón o la Fuerza” registrada precisamente el año del centenario patrio. Un par de años después, en el 1912 inicia labores la Compañía Industrial de Catres, más conocida como CIC, quien registra su marca integrando en su gráfica la palabra “Centenario”. En la primera década del siglo XX el registro promedio anual de marcas estaba sobre el centenar, número que crece rápidamente después de la gran recesión de 1929.
Aquella imagen, o marca visual que nos rememora un aroma es bautizado como “efecto proustiano”, esto debido a la particular cualidad que tenía el novelista francés, Marcel Proust, en narrar el férreo vínculo entre aromas y recuerdos. ¿Quién no recuerda el aroma y sabor del chocolate Trencito de Hucke?, que, dicho sea de paso, su popular envase fue registrado en el año 1965, o el aroma de la extinta marca “Negrita” registrada igualmente por Hucke en el año 1969 y que por motivos de sensibilidad social la actual multinacional, dueña de la marca decidió cambiarla por “Chokita” en el año 2021. En tanto, un producto que se mantiene prácticamente idéntico es el de las “Calugas Pelayo”, cuyo registro figura desde el año 1981. Sin lugar a dudas, cuando hablamos de patrimonio, no sólo los espacios e iniciativas institucionales son portadoras de tradición. Existe a la mano, en un recuerdo, un sinnúmero de imágenes propias de productos que al día de hoy son ampliamente buscadas por coleccionistas, que han llegado a pagar altas sumas de dinero por poseer, por ejemplo, una botella de bebida Free, o de Piña Nobis. La invitación a vivir el patrimonio es más que recorrer los distintos escenarios disponibles para todas y todos este fin de semana, es también recordar todos aquellos tesoros simbólicos que se alojan en lo profundo de los recuerdos y que seguramente detrás de una marca, hay muchas historias que nos han “marcado” dentro del anecdotario personal.