El pasado 5 de junio de conmemoró el Día Mundial del Medio Ambiente que tiene como objetivo fundamental crear conciencia a nivel global en favor de el hábitat natural. Pero hasta hoy, el crecimiento demográfico humano ya impactó al planeta significativamente, no solo por el gran aumento en nuestro número, sino también por el nuevo poder técnico que nos permite cavar más profundo, cortar más rápido, construir más y atravesar más rápidamente grandes distancias en automóviles, camiones y aviones. Como resultado de este avance técnico, surgen nuevos y frecuentes problemas ambientales graves a escala mundial. Estos problemas incluyen el cambio climático global, la pérdida mundial de biodiversidad, bosques y humedales; transporte de sustancias tóxicas en larga distancia; disminución de la calidad del océano costero, la aparición de continentes de plástico en los mares del mundo; y toda la degradación de los sistemas ecológicos que se conocen. Ante los hechos, surgen cuestionamientos desde diversas vertientes de la comunidad mundial: ¿Existe una diferencia cualitativa entre los seres humanos y los restantes seres naturales? ¿Cuál es la naturaleza de la relación entre el ser humano y el ambiente natural? ¿Son los seres del reino natural sujeto de derecho en el mismo sentido que lo es el ser humano? En caso afirmativo, ¿cómo se determinan estos derechos y quién lo hace?
En este sentido, muchas personas pensamos que el biocentrismo, es decir, pensar éticamente la biodiversidad como el centro de todo por su valor intrínseco de existir, nos representa e interpreta, pero este enfoque es realmente sordo a la diversidad cultural de las propias comunidades de relacionarse con la naturaleza. Las investigaciones han demostrado que somos co-habitantes en el sistema natural, que dependemos de los territorios y todos los hábitats en su interior y que, a través de la cultura en cada territorio, nos interrelacionamos con todos los entes biofísicos que sostienen la vida.
Aunque somos co-habitantes, no es necesario salir muy lejos para darse cuenta de no co-habitamos con los demás seres naturales. Por ejemplo, en Chile fue evidente el abandono de residuos tóxicos con plomo y arsénico en Arica que perjudicó la salud de cientos a pobladores, las denominadas “zonas de sacrifico” en las comunas de Mejillones, Puchuncaví, Tocopilla, Huasco, Coronel e Iquique, el derrame de residuos industriales en el río Mataquito que desde el año 1999 era denunciado por pescadores por muerte de peces en la costa, los relaves de Codelco en la bahía de Chañaral, el desastre ecológico en el 2004 del río Cruces en Valdivia por la Planta de celulosa que diezmó una invaluable población de cisnes de cuello negro y perjudicó todo un ecosistema hídrico, los reiterados y escandalosos escape de salmones de las empresas salmoneras en el sur de Chile que ocurren masivamente desde el 2016, el vertimiento de plomo en la Comuna de Mejillones en 2020, la contaminación ambiental en Talcahuano y Quintero por parte de ENAP en el 2019, la destrucción del Salar de Atacama y actualmente el Salar de Tara para obtención de Litio dado el boom de vehículos eléctricos, y un gran etcétera.
Hoy es necesario introducir un concepto redefinido de progreso que vaya más allá́ de lo cuantitativo y esté orientado hacia la sustentabilidad ambiental. Al fin de cuentas, somos co-habitantes.