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Publicado el 13 de junio del 2023

Arte, creatividad e imaginación

Por Alejandro Arros Aravena
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El arte, constantemente tiene sus propios imaginarios, en atención a ello es muy común que asociemos a la pintura atribuirse la representación de éste, o incluso, ser la efigie misma del arte. Habitual es también, que, al visitar distintas estanterías de papelerías, librerías o supermercados, nos impactemos por la gran cantidad de materiales que están al servicio de la creatividad, materiales que para quienes estamos hoy en la medianía de edad nos hubiese permitido sortear tantas desventuras como lo fue realizar una maqueta un domingo sólo horas antes de una clase.

Esto es sin duda un tremendo apoyo para padres y madres en la actualidad, pero aquellos periplos que vivieron décadas atrás los nuestros, en una época no tan gobernada por el libre mercado, generaron seres creativos hoy por hoy, ingeniando soluciones con escasez de materiales y recursos.

Volviendo al punto inicial, si se le pide a una persona que imagine a un artista, que lo describa y le atribuya ciertos elementos que son icónicos del arte, comentarán por mayoría al caballete, los pinceles, un bastidor y óleo. Históricamente es bueno señalar que la pintura cobra sentido, al menos el que hoy le asignamos, en el renacimiento, es ahí cuando el anonimato de quien pintaba desaparece ya que el pintor firmaba en una esquina. En el arte visual hay códigos que guían el cómo dar autoría a una obra, por ejemplo, la firma en un grabado siempre ha de ser con lápiz grafito, pero como no es una ley escrita en piedra hay grandes excepciones como la que realizaba el grabador porteño Carlos Hermosilla, uno de los dos más importantes maestros chilenos, quien utilizaba el más democrático y servil de los bolígrafos, el popular “lápiz Bic de tinta azul”.

Con la inclusión de la firma vino el reconocimiento al artista, con esto dejaba el anonimato y pasaba a ser la rúbrica mucho más importante que la obra en sí, el filósofo francés Regis Debray bautizó como grafósfera al momento cuando los cuadros salen de los salones de los reyes y de las iglesias para entrar al museo. Esta es una etapa muy significativa ya que es cuando se comienza a abandonar, en parte, el servicio al poder por parte del arte.

Hoy vivimos la era de la imagen, de las imágenes. Si bien, su circulación es absolutamente democrática, al menos eso pareciera cuando en cualquier lugar, por más punitivo pareciera el momento, se escucha el sonido típico de un “trend” de moda en TikTok o Instagram.  El mismo Debray señala que estamos viviendo la era de la “Mediósfera” donde las imágenes carecen de autoría, volviendo a la primera clasificación propuesto por este filósofo, es decir a más de medio milenio atrás. En aquella época, incluso la imagen había perdido un elemento de alta importancia y que la hacía única, el filósofo judío Walter Benjamin, propuso el término de “aura” para definir la esencia de algo. Para Benjamin aura es aquel atributo que le da a la obra la singularidad con lo cual, al repetirse ésta, perdería esa condición de única. Benjamin es claro, él marca la distinción en repetición y en reproductibilidad, siendo esta última más propia del mercado que de un afán democratizante. En la edad media fundamentalmente, se editaban textos únicos de tiraje individual, estos manuscritos llamados “libros incunables” tenían el precio de lo que hoy sería una parcela de media hectárea, escritos a mano e “iluminados”, es decir, dibujados y pintados con costosos pigmentos, eran el trabajo anónimo de una vida, los amanuenses en su vida lograban transcribir una cantidad muy exigua de textos, con afán de testimoniar el conocimiento en una pieza única e irrepetible por su característica de obra manual.

Volviendo a la reproductibilidad, hoy vemos la circulación ad infinitum de imágenes que pareciera que tienen el objetivo de fragmentar nuestro poder de análisis; de indicar al aburrimiento como un estado tan negativo, cuando éste es un poderoso gatillo de la creatividad. Como he señalado al inicio de este texto, todo se ha vuelto un acto de consumo por optimizar el tiempo que antes invertíamos ingeniando el cómo lograríamos hacer una maqueta, con muebles incluidos, o de decorar un dibujo con un sinfín de elementos disponibles en un hogar promedio de este país. Hoy el tiempo pareciera ser pura fragmentación, tal como aludió el filósofo francés Gilles Deleuze, la fragmentación es enemigo de la creación, pues nos mantiene en un espacio sólo de contemplación, es decir, de inacción. Saque usted cuenta, de cuánto tiempo invierte en redes sociales, si la usa claro, el carrusel de imágenes es infinito, el algoritmo reconoce vuestro interés y como tal éste pretende alimentar con una cantidad tal de imágenes, en tanto estáticas como en movimiento, de las cuales usted se mantenga totalmente dependiente de lo que viene después. Esta es una oscilación infinita, que pretende realzar nuestra pertenencia de verdad, porque si yo lo pienso y hay alguien detrás de una pantalla que lo dice, debe ser verdad. Por ello, la instalación de ciertos imaginarios, como ha señalado el filósofo, lógico y matemático Charles Sanders Peirce, de íconos y símbolos e índices, que han trascendido en distintos escenarios de lo que hoy se llama postverdad o fakenews, nos hacen creer que el arte sólo está detrás de un bastidor, y el pincel es el lápiz por cuanto se crean múltiples realidades hoy mediadas a través de la cuantía de posibilidades pero sin derecho a aburrirse.

Alejandro Arros Aravena

Alejandro Arros Aravena Académico Depto. de Comunicación Visual UBB Director Escuela de Diseño Gráfico

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