Histórica relación del reino de Chile, es el título de una obra impresa en el año 1646 en Roma, éste es quizá el primer texto que conocemos en nuestro país donde se aprecia una imagen grabada del puerto de Valparaíso, la técnica con la cual se obtuvo esta reproducción fue realizada a través de la xilografía o grabado en madera, en la imagen se aprecia la bahía y se observa una pequeña ciudad con algunas construcciones y una abundante naturaleza fundamentalmente representada a través de la palma chilena, este libro era una suerte de guía pensada en motivar a los visitantes y aventureros para atreverse a emprender un viaje hacia Chile o lo que se conocía como el fin del mundo. Poco más de dos siglos pasaron hasta que se fortalece la imprenta en este territorio, pero no es hasta casi tres centurias cuando el grabado se populariza en específicamente entre finales del siglo XIX hasta la década del treinta del siglo XX en lo que fue la afamada “Lira Popular”, obra gráfica formada por un pliego donde la mitad superior se componía de una imagen grabada a través de la técnica de la xilografía y en la mitad inferior aparecía un texto de poesía en décimas, canto a lo humano y lo divino y también letras de cuecas. Esta creación gráfico-literaria que circuló en las grandes ciudades del país, en estaciones de ferrocarril, plazas públicas o centros de reunión social es reconocida como el primer intento de democratizar la literatura y hacer una bajada masiva a lo que era la naciente editorial chilena, justamente la imagen estampada estaba pensada para que pudiesen informarse quienes no sabían leer. Recordemos que en esa época el analfabetismo era alto en un país que recién cumplía su primer centenario de independencia, hoy aquella imagen es un testigo de los modos de vida que, como una suerte de crónica, nos narra como una fotografía congelada en el tiempo aquellas prácticas y modos de vida del habitante de este país.
Esta premisa da lugar a un acto que surge desde dos aristas, la primera desde la formalización en las escuelas de arte chilenas inscritas en el mundo de la academia, y en paralelo desde la voz de los artistas dentro de los talleres de creación. Los temas empleados se centraban en retratar narrativas sociales de la época, los actos de personas y su cotidianidad, generalmente ilustrando textos, pero también generando una obra en sí, donde estaba la experimentación de diversos materiales, (xilografía, aguafuerte, o linograbado). Es así como comienza a instalarse una mirada política que pretende construir un rescate de la memoria colectiva, pero también una correspondencia estética con los momentos políticos que se viven en el Chile entre los años 1959 y 1973, este año precisamente irrumpe la dictadura militar, donde se obliga a abandonar la práctica del arte colectivo por la instauración del individualismo. La historia del grabado en Chile desde la escena de la enseñanza académica tiene su génesis en el año 1888, cuando el artista alemán Otto Lebe es contratado por el Gobierno de Chile para enseñar grabado dentro de la llamada “Academia de Pintura de la U. de Chile”. Posteriormente, en la década del treinta, formándose junto al maestro Marco Aurelio Bontá, se encuentran Julio Escámez y Carlos Hermosilla, dato no menor ya que en el año 1939 Hermosilla enseña grabado en Valparaíso y poco tiempo después, Escámez realiza lo mismo en Concepción. A mediados de la década del cuarenta, precisamente el 27 de julio de 1945, Marco Bontá asume la dirección del recientemente creado Instituto de Extensión de Artes Plásticas de la Universidad de Chile (IEAP) lo que señala un antes y un después en la instalación formativa del grabado en Chile. Si bien, en esta primera etapa el grabado acuña una narrativa figurativa y nacionalista, la cual cambia por una propuesta más vanguardista en el año 1953 en voz y obra del artista chileno Nemesio Antúnez y su afamado “taller 99”. Es en este escenario, donde comienza una amplia enseñanza del grabado formal a través de las universidades de Chile y Pontificia Universidad Católica, pero también se da una enseñanza informal en los talleres de los propios grabadores. En este escenario se destacan los artistas de la región del Bío-Bío como son: Julio Escámez, Jaime Cruz, Pedro Millar, Santos Chávez, Eduardo Vilches y Rafael Ampuero. Refiriéndonos al mítico “taller 99” compuesto además de los nombres señalados, lo integraban: Roser Bru, Delia del Carril, Lea Kleiner, Dinora Doudtchitzky, Mireya Larenas, Emilio Elena, Luz Donoso, entre tantos y tantas más.
El grabado ha tenido afortunadamente un registro y una historia registrada, el primer trabajo escrito es del académico y artista visual chileno, Enrique Solanich editado por la Universidad de Chile el año 1987. Algunos años después, específicamente en el año 1994 el artista Jaime Cruz edita a través de la Pontificia Universidad Católica de Chile el texto “La memoria del grabador”, estableciendo así una mirada desde el artista y como éste releva su propia historia narrada a través de líneas y memoria. Un año después surgen en paralelo los ensayos “La línea de la memoria” y “Desplazamiento de la memoria” del filólogo y curador de arte Alberto Madrid, quien reconstruye la historia desarrollo y tradición de la práctica del grabado fundamentalmente en Valparaíso, mismo año el crítico de arte, Justo Pastor Mellado lanza una obra titulada “La novela chilena del grabado”, una visión desde las raíces de esta práctica y su respectiva transmisión de enfoques, modos y saberes de esta disciplina artística y como se van transmitiendo dentro del colectivo de creación.