Este día 6 de noviembre se conmemora el “Día Internacional para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados”, decretado por la Asamblea de la Naciones Unidas el año 2001 con el objetivo de concientizar sobre la muchas veces invisibilizada relación entre el medio ambiente y los conflictos bélicos. Si bien para algunos puede parecer poco relevante (o tal vez frívolo) preocuparse de la protección del medio ambiente en escenarios de guerra (considerando las tragedias humanas de las que somos testigos en zonas como Gaza o Ucrania), los recursos naturales y el medioambiente juegan un rol fundamental tanto en la génesis de muchos conflictos como en la magnificación de sus impactos.
A lo largo de la historia, una de las fuentes más comunes de conflictos ha sido la disputa por los recursos naturales. Un ejemplo conocido por todos los chilenos lo constituye la Guerra del Pacífico, conflicto que fue gatillado principalmente por las disputas sobre los yacimientos de salitre localizados en la zona norte de nuestro país, y que causó más de 27.000 muertes entre los tres países involucrados. Durante los siglos XX y XXI esta situación ha estado lejos de cambiar, y un significativo número de los conflictos bélicos que hemos observado durante las últimas décadas se han debido a disputas sobre recursos naturales tales como el petróleo o los minerales.
Por contrapartida, las guerras generan efectos significativos sobre el estado del medioambiente, cuya naturaleza y alcance depende de factores como el tipo de perturbación y la sensibilidad del área afectada. Considerando que la contaminación y otros efectos perniciosos pueden mantenerse durante generaciones afectando a la salud humana, la agricultura, la pesca, y la provisión de agua potable, la alteración del medioambiente derivada de los conflictos bélicos no hace más que exacerbar y continuar los efectos dañinos de las guerras una vez que los conflictos ya han finalizado, afectando generalmente a las comunidades más vulnerables y aquellas que ya han sido víctimas de las consecuencias directas de la guerra. Si bien la resiliencia humana y de la naturaleza puede resultar en casos sorprendentes de recuperación incluso en las condiciones más adversas, algunos de los efectos a largo plazo son difíciles de dimensionar, generando incertidumbre sobre los verdaderos daños que las guerras tienen sobre la sociedad y el planeta.
Finalmente, es importante recordar que actualmente nos encontramos en un escenario de cambio global que puede afectar significativamente la disponibilidad y el estado de los recursos naturales en el futuro. Ser conscientes de la interrelación entre el medioambiente y los conflictos armados, así como de la importancia de mitigar y adaptarnos a los escenarios generados por el cambio climático, resulta fundamental para anticiparnos a posibles conflictos y evitar las pérdidas humanas derivados de disputas por el agua u otros recursos. Es de esperar que como sociedad seamos capaces de aprender de los errores del pasado y el presente, y enfrentar los desafíos del siglo XXI con una mentalidad acorde.