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Publicado el 23 de mayo del 2024

Memoria sobre desastres socionaturales

Por José Sandoval Díaz
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El 22 de mayo de 1960, un devastador terremoto y tsunami dejaron una profunda huella en la morfología costera de Chile y en la ciencia sísmica nacional, afectando a más de 2 millones de personas. Conmemorando esta fecha, se celebra el “Día Nacional de la Memoria y Educación sobre Desastres Socionaturales”, destacando la importancia de la educación formal e informal en la promoción de la conciencia histórica sobre desastres y la reducción de riesgos.

En Chile, desastres socionaturales como el terremoto y tsunami del 27F, los incendios forestales, las inundaciones y la megasequía generan experiencias profundamente arraigadas en la memoria de las comunidades afectadas. Sin embargo, estas experiencias presentan lagunas y olvidos mnémicos en la población general debido a la falta de sensibilización, la distancia psicológica y la percepción limitada de sus posibles impactos. La práctica social de la memoria es una capacidad adaptativa que ayuda a mantener la conciencia frente a la intensificación de riesgos naturales y eventos extremos en el contexto del cambio ambiental global en curso.

Las memorias colectivas de desastres socionaturales abarcan relatos de supervivencia, pérdidas humanas y materiales, esfuerzos de reconstrucción y solidaridad, así como lecciones aprendidas, incluyendo sus errores y altibajos. Estas memorias se arraigan en la identidad cultural de las comunidades vulneradas, como es el caso de Chillán, afectada por terremotos en 1751, 1835, 1939 y 2010. A través de mitos, historias orales y testimonios, se preservan conocimientos prácticos y estrategias adaptativas que fortalecen la resiliencia comunitaria. Monumentos, lugares históricos, museos y actos conmemorativos desempeñan un papel esencial al (re)avivar estas memorias y permitir la construcción de la percepción del riesgo a nivel intergeneracional. Un estudio reciente sobre la percepción de desastres en Ñuble reveló que un alto porcentaje de la población se siente poco preparada para enfrentarlos. La encuesta, realizada por el Centro de Estudios Ñuble de la UBB, mostró que casi todos los participantes (97.7%) han vivido al menos un desastre, con un promedio de tres por persona. Los terremotos (60.5%) e incendios forestales (15.8%) son percibidos como los desastres más destructivos. Sin embargo, solo un 19.9% de los hogares cuenta con un plan de emergencia familiar y apenas un 23% conoce las vías de evacuación disponibles. Además, solo un 59.2% de los encuestados está familiarizado con el Sistema de Alerta de Emergencia (SAE), prefiriendo informarse por redes sociales como WhatsApp (64.5%) y Facebook (54.1%) sobre medios institucionales.

Estos datos resaltan la necesidad urgente de fortalecer la educación y la preparación ante riesgos en la población. Las memorias colectivas de desastres no solo deben preservarse a través de actos conmemorativos y monumentos, sino también integrarse en estrategias educativas efectivas y sostenibles que aumenten la conciencia y las capacidades de afrontamiento. Desarrollar procesos educativos inclusivos que consideren tanto los conocimientos expertos como los saberes populares (y rurales) es fundamental para (re)visibilizar las memorias colectivas locales y fortalecer la resiliencia comunitaria frente a potenciales escenarios de riesgo de desastre.

José Sandoval Díaz

José Sandoval Díaz Director del Centro de Estudios de Ñuble UBB

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