Aprender a mirar es un ejercicio de persistencia. En una sociedad saturada de estímulos visuales, donde las pantallas se imponen como mediadoras de la experiencia cotidiana, el acto de observar con profundidad se ha convertido en una práctica cada vez más difícil. Sin embargo, el aprendizaje visual sigue siendo una de las herramientas más potentes para adquirir conocimientos, interpretar el mundo y recordar con claridad lo que se experimenta. No se trata solo de ver, sino de entrenar la mirada para comprender.
Los investigadores Santiago Castro y Belkys Guzmán en un artículo publicado en el año 2005 plantean que el aprendizaje visual es un sistema de representación dominante en muchas personas, pero rara vez es potenciado en entornos formales de educación. Hoy por ejemplo, se observan textos de apoyo escolar prolijamente y en comunicación visual bien diseñados, colocando en el centro del diseño las imágenes y en los costados, las ideas o viñetas, pero esto no siempre se condice con la forma de cómo la estrategia pedagógica del aprendizaje se realiza dentro del hogar. Se confunde ver con aprender y, sin embargo, los procesos de captación y procesamiento de la información requieren de estímulos específicos para fijar el conocimiento. Para muchos, la imagen es el punto de partida de la memoria, el hilo conductor que une conceptos dispersos en la mente. De ahí que los mapas conceptuales, las infografías y los diagramas sean herramientas de enseñanza tan efectivas.
Las películas han sabido capturar esta verdad con notable precisión. «Historias Cruzadas» del año 2011 no solo narra la historia de una periodista que documenta la discriminación racial en el sur de los Estados Unidos, sino que usa el contraste cromático para enfatizar la distancia entre dos mundos. En «Blade Runner 2049» (2017), la imagen es más que un recurso estético: es la clave para descifrar la identidad del protagonista, cuya vida está determinada por recuerdos visuales implantados. La potencia del aprendizaje visual no radica solo en la imagen en sí, sino en cómo esta es interpretada, almacenada y evocada.
La literatura también ha reflexionado sobre este fenómeno. En «El infinito en un junco», Irene Vallejo reconstruye la historia de los libros a partir de la materialidad de la lectura, la relación entre los manuscritos y la memoria visual. Barthes, en «La cámara lúcida», explora cómo las fotografías contienen significados más allá de lo evidente, generando aprendizajes emocionales y racionales a partir de la contemplación. Así, la imagen no es solo un reflejo de la realidad, sino un mecanismo de transmisión de conocimientos, capaz de generar múltiples interpretaciones.
Los noticiarios y redes sociales han amplificado el poder de la imagen en la esfera pública. La viralización de fotografías de la crisis climática ha generado un impacto mucho más fuerte que los informes científicos que advierten sobre el calentamiento global. La imagen de un oso polar famélico en una isla de hielo fragmentado conmueve, moviliza y educa con una inmediatez imposible de replicar en formatos textuales. En el ámbito político, la fotografía de un líder en un momento de vulnerabilidad puede marcar un punto de inflexión en su carrera, un recordatorio de que la imagen es una herramienta de persuasión tan poderosa como cualquier discurso.
Aprender con los ojos no es solo un rasgo individual, sino una destreza que debe ser cultivada. Los sistemas educativos, en su mayoría diseñados para priorizar el lenguaje escrito y auditivo, han tardado en reconocer la importancia del aprendizaje visual. La neurociencia ha demostrado que las personas recuerdan mejor la información cuando se presenta en un formato visual y que el cerebro humano procesa las imágenes 60.000 veces más rápido que el texto. Sin embargo, en las aulas sigue predominando la exposición oral y la lectura lineal.
En tiempos donde la desinformación circula con velocidad, el aprendizaje visual también exige desarrollar un pensamiento crítico frente a lo que se ve, mientras más conozco y veo, mi capital visual es mayor. No toda imagen es neutra, no todo gráfico es imparcial. La alfabetización visual es hoy una necesidad imperante: saber leer imágenes, comprender sus intenciones y cuestionar su veracidad son habilidades tan esenciales como la escritura y la lectura tradicional. En este sentido, la educación visual no solo debería centrarse en el reconocimiento de patrones y la memorización de figuras, sino en la interpretación y análisis de lo que las imágenes comunican.
La mirada no es un acto pasivo. Aprender visualmente significa involucrarse con la imagen, cuestionarla, ponerla en contexto. A veces, aprender es detenerse en una fotografía antigua y preguntarse qué historia esconde. Otras veces, es volver a ver una película con nuevos ojos, descubriendo detalles que pasaron desapercibidos en el primer visionado. Es entender que las imágenes no son meras ilustraciones de la realidad, sino construcciones que moldean la forma en que comprendemos el mundo.
La enseñanza debería abrazar con mayor convicción el aprendizaje visual. No basta con proyectar diapositivas en una sala de clases si estas son meros bloques de texto trasladados a una pantalla. Es necesario integrar el uso de infografías interactivas, mapas mentales, esquemas dinámicos y recursos audiovisuales que permitan la exploración autónoma. La experiencia visual no debería ser un complemento del aprendizaje, sino un pilar central de su estructura.
El aprendizaje visual no es un lujo, es una necesidad. En una época donde la imagen domina la comunicación, donde lo visual es la clave para la memoria y la comprensión, educar la mirada es tan importante como educar la mente. Y como toda forma de educación, aprender a ver requiere tiempo, práctica y, sobre todo, intención.