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Publicado el 15 de abril del 2024

Nuestro secreto está en los ojos

Por Alejandro Arros Aravena
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Siempre se ha dicho que los ojos son las puertas del alma, diversas canciones, poemas y novelas han tomado a los ojos como estímulos que veneran emociones, sensaciones e incluso son descriptores de un sinnúmero de atributos que pretenden leer una conducta y un perfil psicológico. En mi memoria tengo dos obras que toman a los ojos como columna central. El primero es un libro del escritor Carlos Franz, y que lleva por título “Si te vieras con mis ojos”, situada en Chile en la primera mitad del siglo XIX, es una novela donde Juan Mauricio Rugendas y Charles Darwin se enamoran de la intelectual chillanvejana Carmen Arriagada (considerada una de las primeras escritoras chilenas, precursora de la escritura epistolar), en esta obra el arte, representado por Rugendas y la ciencia representada por Darwin, debaten por el amor de Arriagada. Acá vemos que los ojos son un acto de empatía, de singularidad y de individualidad. Los ojos son situados como un acto de propiedad y el autor utiliza este título como una metáfora de la verdad, es decir, solo los ojos dicen la verdad.  Una película que lleva también a los ojos dentro de su título, es el “Secreto de sus ojos” ganadora del Oscar a la mejor película extranjera del año 2010 y dirigida por Juan José Campanella. En esta película vemos que un secreto dentro de los ojos es una verdad que se transforma en algo casi irreductible del tiempo y de todo verso o discurso que quiera ocultar una autenticidad. 

Teniendo como foco a los ojos, no es secreto que esta generación, no sólo jóvenes y adolescentes, sino todos quienes estamos habitando el mundo en esta época, somos presos del teléfono móvil. Desde la invención de la televisión hasta hoy con el uso descontrolado del celular, las imágenes luchan por entrar en nuestra mente, en tanto nuestra mente no puede albergar a todas las imágenes que se producen, por ello el cerebro, sabiendo que no puede almacenarlas a todas, jerarquiza y selecciona a las que más le llamen la atención, pero esta atención es destemplada, banal y binaria. De esto habla el artista español, académico, escritor y voraz lector Anton Patiño en su texto “Todas las pantallas encendidas”, donde se pregunta sobre la cantidad de imágenes que deseamos consumir ya el cerebro nos está condicionando el umbral de atención de estas imágenes, por ejemplo, si finalizando la primera década del siglo XXI se veían videos de un promedio de 7 minutos, hoy los gigantes de internet han bajado el nivel de atención a un promedio de 30 segundos. Patiño señala que hoy el arte debe ser una nueva forma de construir la mirada, pero en esta detención es cuando todos los valores simbólicos del arte visual, más aún en el arte digital deben estar más alerta que nunca. Lo complejo de esta situación es que el arte digital es una cadena o un hilo que desenreda consumos. Como por ejemplo el deslizar hacia arriba las innumerables cantidades de imágenes que son consumidas, junto a éstas hay otras imágenes que jamás se verán, inclusive muchas de éstas pasan absolutamente desapercibidas. El algoritmo no hace ningún esfuerzo para lograr captar la atención de quien navega, indudablemente este esfuerzo corre por cuenta de quien observa y se sitúa en las aplicaciones, por lo que el consumo de imágenes se hace una experiencia personalizada que envuelve y adormece el tiempo. El mismo Antón Patiño en este escenario hace una crítica destemplada al constante carrusel de estas redes sociales, previendo que, en el futuro la juventud que hoy consume este tipo de manifestaciones visuales, no podrá ver pinturas o imágenes estáticas, porque estas carecerán de movimiento u otros impactos multimediales.

Los ojos nos delatan y le atraen el movimiento esto se justifica porque el cotidiano de nuestra vida es así, multimedial, pero incluso esta forma de ver distintos impactos audiovisuales nos muestra nuestra salud, veamos el siguiente ejemplo. Imagine que va por un camino costero, el cielo azul y el mar que refleja esta tonalidad. El sol tibio, los árboles en las praderas, autos van y vienen, el “síndrome de Stendhal” nos invade, sin ser conscientes de ello, nuestra pupila viaja de un punto a otro de forma vertiginosa, ese movimiento pupilar, denominado movimiento sacádico, donde nuestro cerebro construye una representación de lo que vemos vinculándolo a una imagen saludable y anclando cada movimiento ocular a un recuerdo duradero. Esto lo sabemos gracias a investigadores de la Universidad de Letonia, los científicos querían saber si los movimientos sacádicos de los ojos cambian dependiendo de la ubicación del objeto que estamos mirando y qué tan notable o destacable es algo en comparación con su entorno. A quienes participaron del estudio se les presentaron objetivos visuales (un punto en una pantalla) con diferentes niveles de contraste y en diferentes posiciones dentro de la pantalla. Los científicos querían saber si la latencia (qué tan rápido los ojos comienzan a moverse cuando detectan algo).  La velocidad máxima (qué tan rápido se mueven los ojos al saltar de un punto a otro). Y la precisión (con qué precisión los ojos se posan en un objeto que uno está mirando). Si un movimiento sacádico logra exactamente lo que uno busca, se consideraría una buena precisión del movimiento sacádico.  Los resultados sugieren que los movimientos sacádicos son los más rápidos y precisos cuando se ven objetos en un plano horizontal y de alto contraste, pero es importante considerar que los planos verticales pueden no ser comparable a los estudiados en horizontal. Además, el color de fondo es importante, el uso de diferentes estímulos de contraste sobre un fondo gris medio o negro podría ayudar a obtener el mejor rendimiento sacádico, mientras que estímulos de muy bajo contraste podrían empeorar la precisión y la velocidad de las mediciones.

Alejandro Arros Aravena

Alejandro Arros Aravena Director Depto. de Comunicación Visual UBB

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