Las recientes inundaciones, marejadas y los incendios forestales en Ñuble no son eventos aislados ni incontrolables de la «naturaleza», sino ciclos de eventos extremos que se han intensificado y ocurren con mayor frecuencia debido al cambio ambiental global. Para comprender mejor esta serie de eventos, es importante tener en cuenta los conceptos del Antropoceno y el Capitaloceno, que nos ayudan a entender la relación entre la actividad humana y los entornos socionaturales como procesos geológicos-históricos.
El Antropoceno se refiere a una nueva era geológica en la cual la actividad humana ha tenido un impacto significativo en el desarrollo del planeta. Esto ha provocado cambios profundos en el clima y la biodiversidad debido a la explotación excesiva de bienes comunes naturales y la alteración de los ecosistemas. Por otro lado, el Capitaloceno destaca cómo el sistema capitalista ha contribuido a los problemas socioambientales del Antropoceno al priorizar la maximización de ganancias y el crecimiento económico a expensas de los comunes y generando desigualdades sociales. Ambos conceptos nos invitan a reflexionar y adoptar estrategias sostenibles que consideren la interacción entre la variabilidad climática y los territorios expuestos y vulnerables a diferentes riesgos de origen natural/antrópico. Además, nos hacen conscientes de que estas dinámicas son históricas y han contribuido a la construcción de desigualdades espaciales, territoriales y demográficas.
Por tanto, aunque muchas potenciales soluciones para reducir estos riesgos implican medidas de mitigación ingenieril, fortalecimiento de sistemas de alerta temprana y ordenamiento territorial, estas acciones resultan insuficientes sin un enfoque integral que incluya la concienciación y comunicación del riesgo, así como el fortalecimiento de las capacidades individuales y colectivas de afrontamiento, tanto en entornos urbanos como rurales. Es crucial comprender que la gestión efectiva de los riesgos socionaturales no solo se basa en aspectos técnicos, tecnológicos y estructurales, sino también en la educación y la participación intersectorial y comunitaria. La concienciación y comunicación del riesgo permiten que las personas comprendan los peligros a los que están expuestas, adopten medidas preventivas y respondan adecuadamente ante situaciones de emergencia. Además, fortalecer las capacidades de afrontamiento implica brindar a las comunidades herramientas y conocimientos para enfrentar los riesgos y adaptarse a la incertidumbre ambiental. Esto puede incluir capacitación en primeros auxilios físicos/psicológicos, desarrollo de planes de respuesta familiar/comunitaria, así como fomentar la colaboración y solidaridad en la comunidad a nivel local. En resumen, es esencial promover una cultura de preparación y resiliencia comunitaria, involucrando a los actores locales, gobiernos, organizaciones comunitarias y ciudadanos en general. Esto debe ir acompañado de la reducción de las injusticias ambientales y espaciales. A pesar de que el cambio climático es un problema global, sus impactos se manifiestan a nivel local, por lo que se requiere una gobernanza coordinada para abordar eficazmente estos desafíos. Al trabajar de manera interinstitucional y horizontal, podemos responder a los riesgos naturales, adaptarnos a la incertidumbre y construir comunidades más preparadas y resilientes colectivamente.